viernes, 26 de junio de 2020

Marta (Parte I)

Ella se llamaba Marta, recuerdo su nombre solamente porque compartimos inicial, sin embargo hay algo que recuerdo con mucha más claridad: sus pechos. No eran exageradamente grandes y ella tampoco los llevaba apretados en esos sujetadores que tienen más espuma que tela. De hecho, las tetas de Marta podían pasar desapercibidas a primera vista, sin embargo, debajo de esa camiseta de chico, se escondían unos pechos de proporciones perfectas, no demasiado grandes, pero si con una exquisita forma redonda. Los pezones eran grandes y rosados, colocados simétricamente en el centro de cada uno de sus maravillosos pechos y el izquierdo llevaba un brillante piercing que exclamaba: ¡juega conmigo!

Desde esa noche, ese tipo de tetas han sido casi un fetiche para mí: redondas, con los pezones grandes y rosados y a ser posible con un piercing. Antes de aquello no tenía preferencia por ningún tipo de pechos en concreto. Probablemente se deba a que Marta fue la primera chica con la que me acosté.

Era un jueves, a finales de febrero del 2013. Recuerdo que era sobre esas fechas porque estaba celebrando mi 18 cumpleaños por tercera vez, aunque en realidad, era una excusa como otra cualquiera para salir un jueves. Salí con los y las de siempre, fuimos a beber al antro más barato de la ciudad, la oferta de los jueves era a 3€ la jarra de cerveza y chupito de la casa -nunca llegué a saber cual era ese alcohol, pero nos ponía cieguísimos-. 

Llegamos a las 11 de la noche y Marta ya estaba ahí, con otras dos chicas, sentadas al final de la barra, aunque en ese momento no reparé en ella. Nosotros pasamos por la barra y fuimos a echarnos unos futbolines. Así pasamos un par de horas, entre cervezas, futbolines y cigarros. Aquella noche mi amigo Sebas estuvo toda la noche intentando ligarme, pero pasé de él, no me ponía. Sin embargo Marta...

Marta tenía 22 años y en ese momento me parecía muy mayor. Llevaba pintas de chica mala, camiseta de AC/DC con las mangas recortadas, minifalda negra, medias de rejilla rotas y botas de punta de metal, el pelo peinado hacia atrás y una sombra de ojos oscura que hacía resaltar, todavía más, sus ojos azules. Era más o menos igual de alta que yo, aunque en ese momento habría dicho que me sacaba como una cabeza, seguramente fuera por su actitud. Marta era consciente de su belleza y el rollazo que le daba ese estilo que tenía y su pose de indiferencia. Marta podría haberse llevado a cualquier persona del garito y de todos los de los alrededores, pero le gusté yo. Supongo que fue esa mezcla de inocencia, descaro y picardía que desprendemos las chicas cuando acabamos de cumplir 18.

Yo llevaba mi larga melena suelta y un vestido de flores, ceñidito hasta la cintura y luego con una faldita de volantes monísima. No demasiado corta, pero yo sabía que cuando daba algún giro al bailar se me subía bastante y mostraba los muslos casi al completo.

Fui al baño, estaba ella esperando para entrar y me miró. No fue una mirada fogosa, más bien me miró casi con desinterés. Sin embargo, aquella mirada fría, me provocó un intenso calor. Yo entendí perfectamente aquellos ojos de Marta, para nada decían: no me interesas. En realidad estaban gritando: te reto. Yo le devolví la mirada, la mía sí fue caliente: agaché el mentón y alcé los ojos. Fue totalmente involuntario, pero le estaba respondiendo: acepto el reto, vamos a jugar.

Después de eso, volví con mi grupo en medio del garito, pero mi atención estaba al final de la barra, en ese rincón oscuro. Marta y yo comenzamos un juego de miradas, de posturas, de insinuaciones corporales; ella se colocaba el pelo hacia atrás, yo jugaba con mis rizos, ella se lamía el labio, yo sonreía mordiéndome el dedo. Incuso cuando estaba bailando con Sebas, estaba en realidad bailando para ella. Especialmente cuando hacía volar la falda de mi vestido, me giraba y me aseguraba de que ella me estuviera mirando. 

Nunca hubiera pensado que fuera tan divertido tontear con una mujer, nunca antes había disfrutado de aquella sensualidad femenina. Algunas mujeres me habían gustado físicamente, pero simplemente disfrutaba de mirarlas y observar sus cuerpos y sus curvas. Con Marta fue diferente, me estaba poniendo realmente cachonda. Cuando el juego de miradas e insinuaciones ya era absolutamente innegable, me acerqué a ella, saqué la cajetilla de Lucky Strike y le dije: ¿fumas? Ella contestó: sí.

Podría haberme ido del bar directamente sin hacer ruido y haber sido más discreta con mis amigos, pero ¿quién quiere ser discreto a los dieciocho años? Cogí a Marta de la mano, me paré delante de mis amigos y la besé. Fue un beso largo, yo le puse las manos alrededor del cuello, le acaricié dulcemente el pelo y la oreja derecha -en la que también tenía varios pendientes- mientras nos besábamos. Ella me agarró firmemente de la cintura, en ese instante pude sentir como se humedecían mis bragas. Ella fue quien sacó la lengua primero, yo solamente la seguí. No se cuanto duró ese beso, pero todavía lo saboreo.

Me giré hacia mis amigos para despedirme con la mirada y ahorrar tiempo en palabras. No pude evitar sonreír al ver que Sebas estaba empalmado.

Al final Marta y yo no nos fumamos aquél cigarro hasta mucho rato después, ella paró un taxi y fuimos directamente a su casa. Apostaría 50€ a que el taxista estaba más empalmado que Sebas cuando nos bajamos, pero eso no lo pude ver, en ese momento ya solo veía a Marta.

Después del primero beso no dejamos de besarnos prácticamente en ningún momento, en la calle, en el taxi, en el portal... Cuando llegamos al rellano Marta me puso contra la puerta, puso su mano en mi vientre y la fue bajando despacio. Yo sabía cual era el destino de esa mano y en esa época era un poco impaciente, así que me cogí las faldas del vestido y las levanté para acelerar el trayecto, Marta captó la señal y posó sus dedos encima de mis bragas con la presión exacta y dijo: ¡Joder tía, qué mojada estás! y se rió. Yo contesté casi gimiendo: estoy muy cachonda. 

Entramos en el piso, aproveché que tenía las manos levantando las faldas para acabar de quitarme el  vestido mientra seguía a Marta de camino a la cama, en esa época nunca usaba sujetador así que me quedé en bragas. Ella miraba mi cuerpo mientras se quitaba la camiseta y la minifalda, se quedó con un precioso conjunto negro y sus medias de rejilla, en ese momento me pareció una modelo pin-up. 

Yo me quedé de pie, mirándola. Ella, sin ninguna prisa y con mucha sensualidad, se quitó el sujetador. Primero desabrochó los corchetes, se quitó los tirantes y simplemente lo dejó caer mientras me miraba, consciente de todo el poder que tenía en ese momento. Ahí fue cuando vi esas preciosas tetas, ese pincing en su pezón izquierdo. No pude evitar acercarme y chuparlo, me encantó ver como se ponían duros esos pezones rosaditos y jugueteé un rato con ellos mientras Marta me acariciaba la cabeza.

Seguí besando su cuerpo bajando por el torso, le quité las medias y le toqué los labios suavemente, los tenía hinchaditos y la besé por encima del tanga, jugueteé con mis dedos por su rajita hasta que sentí la humedad. En ese momento le quité el tanga y empecé a juguetear con mi lengua, busqué el clitoris, lo pellizqué con mis labios, con delicadeza y jugué con mi lengua mientras me deleitaba con esos gemidos gatunos que hacía ella. Hasta que Marta empezó a mover las caderas hacia delante y hacia atrás, pidiéndome más, así que penetré esa vagina mojada con dos de mis dedos -en corazón y el anular- mientras seguía jugando con mi lengua y mis labios, pellizcando sus labios vaginales, lamiendo su clítoris, saboreando su vulva. 

Pensé que era mi momento de devolvérsela y me paré durante un segundo para decirle en tono juguetón: ¡Joder tía, qué mojada estás! Ella se rió entre gemidos y yo continué. Mientras tanto, con mi otra mano busqué esos pezones que tanto me gustaban. Agarré sus pechos, pellizqué sus pezones y jugué con su piercing. Los gemidos eran cada vez más intensos y Marta me iba dando indicaciones sobre la intensidad que quería en cada momento -no se si notó que yo era novata o si lo hacía siempre-. A menudo no hacían falta indicaciones directas, simplemente me acariciaba la cabeza dándome su aprobación y en los momentos más intensos me agarraba fuerte del pelo, entonces yo presionaba más su clítoris con mi lengua, aceleraba el movimiento de mis dedos y, sobretodo, le agarraba más fuerte los pechos. La presión con la que ella me tiraba del pelo era la misma con la que yo tiraba de sus pezones o estrujaba sus tetas entre mis dedos, y parecía que le encantaba jugar con eso, a mí desde luego me encantaba que lo hiciera.

Antes de llegar a su casa, en un momento de inseguridad pensé: ¿y si no sé cuando se corre? Pero cuando llegó el momento, no me cupo ninguna duda, fue una experiencia maravillosa. En uno de esos jugueteos, estaba yo disfrutando del sabor de Marta, aprovechando todos los rincones de su cuerpo, de sus pechos, de su coño. Estaba presionando mis labios en los de su vulva mientras la penetraba con tres dedos, sintiéndola por dentro y acelerando cada vez más todos los movimientos. De repente sus gemidos empezaron a intensificarse, pude sentir como palpitaba todo su cuerpo, especialmente su vagina, pude ver como arqueaba la espalda y se rendía al placer, dejando caer la cabeza hacia detrás. Desearía poder haber visto esa escena desde fuera, poder ver la cara que puso Marta en ese momento. Sentí más y más humedad en mis labios durante unos segundos, más y más palpitaciones en mis dedos, y luego, cesó. 

Nos quedamos un instante las dos completamente quietas, luego levantó la cabeza y me miró con mucha complicidad y con una pizca de vergüenza -o ese sentimiento muy parecido a la vergüenza que a veces sentimos las mujeres después de corrernos-  y yo me incorporé para besarla. y acariciarle el pelo. En ese momento pensé que aquella experiencia había sido la mejor de mi vida, pero no había terminado todavía, ahora era mi turno...