lunes, 13 de julio de 2020

Marta (Parte II)

Marta apenas se tomó unos minutos de descanso mientras nos acariciábamos suavemente después del orgasmo que le había provocado. Yo estuve cachonda todo el rato, desde el bar, hasta el momento en el que ella se había corrido. Y seguía cachonda en ese instante, a pesar de que los intensos besos hubieran pasado a ser suaves caricias durante los últimos minutos. Yo estaba expectante a ver qué pasaba, pero no quería mostrarme impaciente. De hecho pensé que podía ser que ella no se lanzara y nuestra pasión terminara ahí. No sabía como funcionaba el sexo entre mujeres, y todos sabemos que hay encuentros sexuales en los que no siempre se recibe lo que uno da.

Pero no tardó Marta en alargar una de las caricias que me daba en el pelo, para recorrer el largo mechón que me pasaba por el cuello y acababa en mi pecho, recorrió mis tetas con la mano, me estiró un poquito los pezones, agarraba mis pechos con sus manos, a veces suavemente, otras veces apretándolas fuerte. Yo no le decía nada, gemía cuando ella intensificaba sus movimientos y solamente la miraba con cara de aprobación, con esa cara de: me rindo, me dejo en tus manos, cuídame porque ahora estoy bajo tu custodia

Se levantó y dijo: Ahora vuelvo. Yo asentí, se fue unos segundos de la habitación y volvió con un juguete, una bala vibradora que tenía un pequeño mando con el que controlar la intensidad. Pero de momento lo dejó reservado en la mesita de noche.  Marta volvió a acercarse a mí, yo me había sentado con la espalda apoyada en la pared. 

No hizo el delicado recorrido que había hecho yo con un camino de besos desde sus labios de la cara hasta sus labios vaginales, pasando por su cuello, sus pechos, su torso, sus ingles... Marta directamente me bajó las bragas y me metió dos dedos. Yo estaba lubricada, así que no le costó gran trabajo -solo el trabajo normal de abrirse paso en una vagina estrechita que recién ha cumplido 18 años-. Luego empezaron los movimientos hacia arriba y hacia abajo. Con la otra mano me agarraba las tetas, cogía las dos a la vez con la mano izquierda y se le salían por los lados, mientras su mano diestra iba abriendo cada vez más mi vagina, primero acelerando el movimiento de los dedos y luego introduciendo un tercer dedo. A este último le costó un poco más entrar, pero valió la pena. 

Cuando Marta supo que estaba cerca del orgasmo -no se cómo, pero lo supo- me soltó las tetas, se lamió el dedo índice y el corazón, y sin dejar de penetrarme con sus tres dedos empezó a frotar mi clítoris, primero con suavidad, solo por los lados sin tocarlo, y luego buscando el contacto directo con él, intensificando los movimientos, mientras los dedos dentro de mi vagina seguían su trabajo. Ya estaba llegando al orgasmo y le dije: me corro. Entonces Marta se incorporó un poco hacia mí para lamer y mordisquear mis tetas y pezones, me dio un cosquilleo desde los pezones hasta el bajo vientre, un cosquilleo que se extendió hasta la punta de los pies, hasta las uñas de las manos, hasta el cabello de mi nuca, y entonces, estallé: grité de placer mientras mis piernas temblaban. Cuando por fin dejé de temblar me eché a reír, mientras Marta estaba sacando sus dedos empapados de dentro de mí, me salió una tímida carcajada que no pude evitar, ella me miró y se rió también.

Pensé que esa había sido la mejor experiencia sexual que había tenido hasta el momento. También pensé que Marta sabía lo que hacía, se notaba que tenía experiencia, y seguro que ella había notado que yo era una novata, ese pensamiento me dio un poco de vergüenza, creo que me puse roja. Pero Marta no se dio cuenta de mi rubor, porque mientras yo perdía el tiempo pensando, ella había empezado a tocarse nuevamente, cuando la miré estaba acariciando suavemente su vulva, palpando los labios interiores, tenía la boca entreabierta y los ojos cerrados. Me acerqué a ella y la besé, entonces ella, con su mano libre, tocó también mi vulva, muy mojada y todavía hipersensible.

Cogió la bala vibradora y me la metió en la vagina, ya ciertamente dilatada después del camino que habían abierto esos tres deditos dentro de mí y ese orgasmo que había tenido minutos antes. Marta cogió el mando del vibrador y sin encenderlo, me miró con una expresión que era mitad de deseo, mitad de maldad y entera de belleza. Solo su cara ya me hizo estremecer. Siguió estimulándose mientras encendía el juguete y yo empezaba a notar una tímidas y deliciosas vibraciones dentro de mí. Yo seguía sentada apoyada en la pared, Marta se había puesto enfrente de mí y ahora se apartó un poco para poder inclinarse y darme placer con su lengua, sus labios, toda su boca. Madre mía, Marta era un profesional comiendo coños, conocía todos los recovecos donde pasar la lengua, jugaba con la vulva, la vagina, recorría los alrededores del clítoris. Era delicada, sin ser demasiado suave, y a su vez fuerte sin ser brusca, mientras me deleitaba con sus trucos, ella no dejaba de estimularse, se tocaba y se metía los dedos: las dos gemíamos. 

Pensé que me iba a correr nuevamente tal como estábamos, pero Marta se incorporó de nuevo, se sentó cerca de mí y me susurró: -ven-. Yo me separé de la pared para abrazarla, entonces ella pasó sus piernas por encima de las mías y me presionó contra su cuerpo, se juntaron nuestras bocas, nuestras tetas y nuestras vaginas. Pensé que estaba en el cielo. 

No me había percatado que en ese cambio de postura, Marta había aprovechado para coger el mando de la bala, y empezó a subir la intensidad mientras las dos nos frotábamos al unísono. Nuestras tetas botaban haciendo que se rozaran los pezones, nuestros clítoris parecían ser uno solo, y de vez en cuando también nuestras lenguas se buscaban y se besaban. Yo dejé de contar las velocidades que tenía el juguete, en la cuarta me perdí. Sentía el cuerpo de Marta enfrente del mío, como si estuviéramos prácticamente fusionadas. Semejante Diosa rozando todo mi ser, y dentro de mí aquellas vibraciones cada vez más intensas. De nuevo debo decir que me hubiera encantado ver la escena desde fuera, ver rebotar nuestras tetas, observar nuestras caras de placer, escuchar nuestros gemidos coordinados. Todos nuestros fluidos estaban unidos: las gotas de sudor, la saliva y nuestro elixir sagrado: todo en un solo cáliz.

Fue como la pieza maestra de una orquesta, cada vez más intensidad, más y más. Todos los instrumentos coordinados. Las dos gemíamos, casi gritábamos, no hizo falta ninguna palabra: nos corrimos, a la vez, unificándonos del todo. 

Las sábanas estaban empapadas, nosotras también y el sudor hacía brillar nuestros cuellos y clavículas. Nos quedamos quietas durante unos segundos, jadeando, volviendo paulatinamente al mundo de los mortales. Después Marta me apartó el cabello de la cara y me lo colocó detrás de la oreja, yo le sonreí y después le besé la mano. -¿Dónde está el baño?-, le pregunté. -Saliendo a la derecha, lo verás enseguida-. Aproveché para limpiarme y mear, a pesar de esa sensación tan extraña que da ir al baño después de un orgasmo de esa categoría.

Cuando volví Marta se había vestido con un tangita limpio y una camiseta ancha. A Marta todo le quedaba sexy. Nos tumbamos en la cama de lado mirándonos y acariciándonos el pelo, la cara, los hombros mientra hablábamos banalidades sobre qué estudiábamos y de dónde éramos. La conversación era solo para matar el tiempo, para pasar el rato, para volver a ser normales después de habernos auto-proclamado diosas de todo el universo. Finalmente le pregunté: -¿te importa que fume?-. -Mientras me invites a mí también...-. Saqué la cajetilla de Luky y por fin nos fumamos aquel cigarrillo que le había ofrecido a Marta en el bar. 

Una vez acabado el cigarrillo me levanté y me vestí, ella, nunca supe si por cordialidad o deseo, me invitó a dormir, pero le dije que no. Faltaban tres horas para mi clase de teoría del derecho y en primero de carrera no faltaba nunca a una buena clase, por borracha o cansada que estuviera. Así que decliné su oferta, le di un beso en la boca, otro en la comisura de los labios y otro en la mano derecha y me fui mientras la veía cerrar los ojos, entrando en el mundo onírico. Yo no necesitaba dormir, me había pasado la noche soñando despierta.